lunes, 21 de julio de 2008

De cómo las llamas tragan y de la invención de la Complitud



De un suelo color violeta se levantó la vista de una mujer amarilla. Arriba, de verde a sepia los árboles se vestían. Tanta luz como necesaria y por allá atrás el fuego tranquilo, saciándose de ser, vibrante por existir, transformando para estar. Ella lo oía comer. Comerse el cuerpo pesado de unas ramas ofrecidas, dejadas al calor donde se les quiebra la piel y se eleva lo que Es.
Dorada acariciando las pieles del jacarandá con la calidad etérea de algún humo, de algún ser sin carne. Dorada, real como algún sueño, plena en posibilidad. Tan suave como eterna, perdida y enteramente hallada. Dorada.
Muere al llegar.
Inundados sus ojos en elixires de color, más que reflejar se ahogaron sin dudar, sin esa tosca particular del intelecto. Se quemó su audiencia con el crepitar, como cantando una sirena que te extravía donde hay un solo horizonte circular. Vacío. Nada parecido a la tez alumbrada de movimiento, fulgor incandescente murmurando formas. Tibio.

Pequeñas palabras se unen para que yo denote y tú conotes y ella exista

No hay comentarios: